31 de enero de 2010

Atahualpa

¡Y aunque me quiten la vida
o engrillen mi libertad
y aunque chamusquen quizá
mi guitarra en los fogones,
han de vivir mis canciones
en el alma de los demás!

(El payador perseguido)
Un recuerdo en el 102° natalicio de don Atahualpa Yupanqui

7 de diciembre de 2009

Lacio

Siempre intuyó que en su pelo había algo especial. Desde muy chica. Ese lacio perfecto, esa línea eterna que se perdía en su espalda.
Tan dócil que era casi imposible transmitirle alguna ondulación.
Según decían todos -y era evidente al ver fotos- tenía el mismo pelo que su abuela. Ella apenas la recordaba. Tenía vagamente presente esas tardes interminables cuando la visitaba en la clínica, en las que juntas veían caer el sol.
Había un recuerdo, eso sí, uno especial, que la perturbaba. Una tarde, la abuela había querido que las dejaran solas, pidió un peine y uno de esos cepillos para hacer rulos. Estuvieron horas juntas, mientras la abuela, con la paciencia de una araña, fue rizando los cabellos de su nieta. Al caer la tarde, la cabellera de Julieta estaba todo rizada. Ambas se rieron mucho con la nueva apariencia. Para cuando la vinieron a buscar, a Julieta no le quedaba un solo rizo.
Se despidieron cómplices, festejando la tarde que habían disfrutado tanto.
Esa fue la última vez que la vio. Luego sus recuerdos se oscurecen un poco, el desfile de parientes, el cementerio, el llanto y las caras largas.
Julieta es una preciosa adolescente ahora, que a pesar del tiempo transcurrido, todavía no ha olvidado –ni comprende- lo que sucedió aquella tarde.
Hoy es su noche. Él la pasará a buscar, irán a cenar y luego quien sabe...
Ella quiere estar especial, sólo para él. Por eso pasó la tarde encerrada en su cuarto, con cepillos y rizadores tratando de, por segunda vez en su vida, lucir su pelo ondulado.
La noche fue mágica. Todo lo que había soñado sucedió. A la madrugada, cuando él la dejó en la puerta de su casa, ya no quedaban rastros de los adorables rizos. Con el último beso se despidieron hasta pronto.
Julieta se durmió plácidamente como hacía rato que no lo hacía.
El teléfono la despertó, y las sirenas.
Entonces, acarició su pelo nuevamente lacio, y comprendió.

27 de septiembre de 2008

Interferencia

El tren Mitre que tomo regularmente pasa cerca del hipódromo de Palermo. Ni bien se deja el hipódromo con destino a Retiro, se atraviesa una zona donde hay mucha interferencia en la radio.
Suelo escuchar determinados programas en FM donde, a esa hora al menos, hay gente hablando y poca música. La interferencia obliga a los pasajeros (se puede apreciar claramente) a hacer malabares y piruetas con los cables de auriculares, que funcionan como antenas, para tratar de domar -inutilmente- la frecuencia esquiva.
Durante mucho tiempo atribuí este fenómeno (una cosa similar sucede al pasar frente al edificio Libertador, detrás de la Casa Rosada, dada la cantidad de equipos de comunicación que poseen ambos) a la existencia de algúna dependencia militar, o alguna radio de la vecindad.
Luego de tantos viajes en tren, no me quedan dudas que en esa zona hay alguna singularidad del universo, una especie de trampa o laberinto magnético que impide a las ondas comportarse de acuerdo a lo esperado por la teoría.
Hace unos meses, durante la interferencia, escuche a un crítico de cine comentar el estreno de una película que casualmente estaban dando ese mes en uno de los canales de TV por cable. Todos sabemos que desde el estreno en las salas de cine, hasta la TV por cable (no la premium) pasan varios meses, incluso años.
La verdad es que desde entonces, los jueves presto atención a las recomendaciones interferidas, para elegir que ver esa semana en la tele. Ayer recomendaron "21 gramos". Vi en la revista que la dan este domingo.

11 de abril de 2008

Sueños

un sueño soñaba anoche, soñito del alma mía

soñaba con mis amores que en mis brazos los tenía.



Últimamente he estado soñando de una manera extraña. Fui descubriéndolo de a poco. Al principio me sorprendía al recordar cada vez con mayor frecuencia la aventura onírica de la noche anterior. En la medida que el fenómeno se hacía más evidente, comencé a prestar más atención. Descubrí entonces, historias que se continuaban de una noche en otra, personajes que se repetían, incluso situaciones que se resolvían noches más tarde.
Plenamente consciente ya del fenómeno, descubrí que una mujer se repetía sueño tras sueño. Las situaciones eran distintas, una vez era una cena en un puerto, otra un viaje en tren con camarote, hemos llegado a compartir un crucero que ocupó varios sueños. Tiempo después pude vislumbrar claramente su rostro. Para mi asombro, resultó ser alguien muy cercano.


A partir de ese momento, algo extraño comenzó a suceder entre nosotros. Era indudable que algún tipo de vinculación entre nuestros sueños había. Necesitaba confirmarlo, pero no podía encontrar la manera, hasta que hace unas noches, soñando, se me ocurrió la idea. Decidimos usar una prenda de vestir de color rojo, para que al vernos en este "espacio de no sueño", pudiésemos ambos constatar lo que se suponía.


Hace ya varios días que llevo algún detalle rojo. La he cruzado un par de veces sin nada de ese color, pero nuestros sueños pueden no coincidir en la misma noche. Uno de estos días, en cuanto la aparezca con algo rojo, le digo.


11 de junio de 2007

Metamorfosis

Hoy tuve la suerte de viajar sentado en el tren. Frente a mi se sentó una chica que llamó mi atención. Era realmente muy bonita, con un rostro fresco, juvenil y despojado. Sus ojos eran de un inusual verde oscuro, de mirada profunda y expresiva (nuestras miradas se cruzaron un par de veces). Una pequeña cicatriz y algunos lunares daban a esas facciones una asimetría que la hacía únicas. Sus labios, mínimos, apenas ocultaban una sonrisa generosa que apareció cuando un vendedor confundió su verso. Su pelo recogido completaba armoniosamente el cuadro. Ni bien el tren abandonó la estación, ella sacó de su bolso una batería de cosméticos. Primero usó una crema de color apenas más oscuro que su piel. A medida que la esparcía con una esponjita redonda, fueron desapareciendo la cicatriz y los lunares. Luego tomó una especie de hisopo con el que, de otro pequeño recipiente circular, cargó otra crema de un tono aún mas oscuro. De a poco aparecieron límites y aristas que acentuaron pómulos, barbilla y afinaron la mandíbula. Siguió un pequeño frasco con un líquido que, hábilmente aplicado debajo de los ojos, fue disimulando las pequeñas ojeras que hasta ese momento yo no había registrado. Luego fue el turno de los párpados que, con sombras de colores vivos, fueron ocultando esos maravillosos ojos de mirada expresiva detrás de una catarata cromática. Finalmente, para terminar con la sesión cosmética, con lápices precisos se encargó de la boca: sus labios fueron tomando volumen y cambiando de forma. Con un pincel diminuto concluyó aplicando una especie de barniz que le confirió un brillo deslumbrante a su boca. Finalmente, quitada la hebilla, el cabello fue retocado con sus manos y rápidos movimientos de cabeza.
Cuando me quise acordar el viaje había concluido y estábamos bajando en Retiro. De pronto frente a mi se encontraba una mujer de rostro perfecto, brillante, majestuoso, impenetrable.
La belleza singular que subió al tren como una bocanada de aire fresco se arrojaba al hueco del subte amalgamada con el resto.
Volvimos a cruzar circunstancialmente nuestras miradas al traspasar el molinete del subte. Traté de reconocer, en vano, el verde profundo de su mirada, que en ese instante se manifestó gélida y totalmente inexpresiva.
Fui subyugado por la magnitud de la transformación de la que había sido testigo, mientras observaba la metamorfosis exterior de mi efímera compañera de viaje.

22 de mayo de 2007

El pueblo no quiere saber

En mayo de 1810, la gente se agolpaba frente al cabildo exigiendo respuestas.

En mayo de 2007, a las puertas del bicentenario, la gente se agolpa frente al televisor y hace zapping entre Gran Hermano y Tinelli, para no hacerse preguntas.

21 de mayo de 2007

Influencia y recuerdos

Las lecturas de ciertos libros funcionan como los sueños. Cuando uno sueña, las cosas que pasan en el ambiente son incorporados a la historia onírica. Muchos de nosotros podremos recordar –si es uno de esos sueños que uno recuerda– que en medio del viaje en avión por ejemplo, alguien juega con una de esas bocinas de aerosol y cuando despierta, descubre que al auto de algún vecino se le activó la alarma.
Ciertos libros se “ubican” dentro del entorno en los que los he leído, y reciben cosas de ese entorno. Caí en la cuenta de esto el otro día, comentando con una amiga sobre Franny y Zooey de J. D. Salinger, ya que cuando recordé a los hermanos Glass me vino a la mente en forma inmediata, la sala de espera del aeropuerto de Montevideo, y recordé a la cara de la moza que me sirvió el café, mientras esperaba –como tantas otras veces- que se acortara el retraso de mi vuelo de regreso.
A modo de ejercicio entonces, traté de recordar otros libros y sus ambientes. Fue así que los “maltesers” se me antojaron como provenientes de una panadería tandilense (Graham Greene, El Factor Humano) y la bicicleta corría por praderas con el fondo del cerro Centinela (la foto de mi perfil en el blog precisamente corresponde a ese viaje). O en las grandes fábricas de seres humanos, Loado sea Ford!, (Aldous Huxley, Un Mundo Feliz) se escuchaba un “dos carilinas por un pesooo” ya que lo fui leyendo en sucesivos viajes tren+subte.
Me pregunto cuantas cosas que recuerdo de libros que he leído son realmente de la historia, o se las aportó el entorno. Lo bueno es que estoy releyendo bastante.

2 de abril de 2007

Como todos los días

Como todos los días, Ladislao llegaba a la oficina puntualmente, luego de un buen rato de viaje. Los lunes se hablaba de fútbol y él comentaba si había ido con sus hijas al cine, o al zoológico, o al shopping a comprar algún chiche electrónico de moda. Algunos martes solía contar las travesuras que su hija menor había hecho en el jardín de infantes. Los miércoles discutían alguna noticia del día anterior. Los jueves se iba temprano, “tengo un partido de paddle”, les decía. Los viernes abandonaba la corbata y no se afeitaba, porque era un “casual day”. Por las tardes, emprendía la vuelta con algún best seller bajo el brazo.
El lunes pasado, Ladislao no comentó sobre fútbol. Rehusó contestar las preguntas de sus compañeros aduciendo excesivas cosas pendientes. A eso de las seis de la tarde, alguien le preguntó si se sentía bien. “Ya me cansé. Ya está.”, dijo y se fue. Tomó nuevamente el subte, luego el tren, y luego un colectivo de línea. Se bajó después de casi dos horas de haber salido de la oficina, y caminó las diez cuadras que lo separaban de su casa. Abrió la puerta de su guarida casi destruida, casi desierta, a la que había vuelto un día como ese, exactamente quince años atrás, y escuchó a su madre que le decía “calentate unos fideos que te dejé por ahí”.
El martes los trenes anduvieron con retraso, un accidente en un paso a nivel complicó la mañana. Un hombre había sido arrollado por una formación.
En la oficina se extrañaron que Ladislao no hubiese llegado a horario, como todos los días.

1 de febrero de 2007

Espectadores privilegiados


Sólo hizo falta tomarse unos minutos, atizar el horizonte, darse la calma necesaria para la contemplación y disfrutar. En la historia de la humanidad hemos sido verdaderamente pocos los afortunados testigos del paso de un cometa de tamaña magnitud. Creo que no somos del todo conscientes de eso.

Estas son fotos tomada en las afueras de Arrecifes, con una sencilla cámara digital apoyada en el techo del auto, mientras me picaban decenas de mosquitos. No son buenas fotos, es sólo para compartir la experiencia.

Si quieren ver fotos espectaculares del cometa, mejor preguntarle a google y a los que saben.

16 de enero de 2007

Persistencia del Abandono

Cuando niño, se ve que estaba de moda por el barrio, mi madre me inscribía en cuanta actividad extraescolar aparecía por ahí. Así pasé por cursos de dibujo, danzas folclóricas, bombo, guitarra, y hasta fui miembro de un coro de niños. Por supuesto, esas actividades fueron sucesivamente dejadas de lado en pos de la siguiente de la lista.
Ya en la adolescencia comencé cursos de inglés, dactilografía, dibujo humorístico por correspondencia, computación, incluso de electrónica con las revistas Lupín.
En otro orden de cosas, tomé clases de tenis, entrené volley, remo, jugué pelota a paleta, hice natación, y obviamente arrastrado por los avatares de la moda, intenté el paddle.
Siempre estas actividades, tal vez signado por las tempranas experiencias frustradas de la infancia, fueron abandonadas una tras otra. Y eso que en muchas me defendí bastante bien y hasta ligué algún que otro premio.
Luego fueron dietas, gimnasios, lectura de algunos libros, la afición a la astronimía, dos o tres amigos, alguna que otra novia, fascículos coleccionables y no menos de tres o cuatro costumbres sanas.
En la facultad, fui un experto en anotarme en más materias de las que naturalmente podía cursar, empezar a ir a todas las clases, y al poco tiempo abandonar la mayoría.
Una vez abandoné un libro en el banco de una plaza. Otra vez luego de dos horas de proceso en un supermercado, quedó el changuito lleno a pasos de la caja porque me había aburrido. A una novia la planté en el altar, y a otra me le bajé en la mitad de un viaje en colectivo. Un ficus que me regalaron lo cuidé esmeradamente durante varios años, hasta que un día no lo regué más.
Una vez tuve un trabajo muy aburrido y a partir de un día cualquiera, no fui más. Después tuve un trabajo muy interesante. Pero también lo dejé al poco tiempo, a pesar de que no sólo era muy bueno en lo que hacía, sino que además me pagaban bien.
La semana pasada empecé a leer una novela de ciencia ficción poco creíble. No pasé de la página 52. Ahora que me acuerdo, hace como media hora puse la pava para el mate. Ese chillido que se oye debe ser el vapor del agua hirviendo, o la pava a punto de explotar. Y por lo que veo, este post no...

8 de enero de 2007

Déjà vu

Lo que sucedió cuando tenía 18 años, en uno de mis primeros viajes como estudiante a Buenos Aires, me atormentó durante mucho tiempo. En esa oportunidad viajé desde mi pueblo en el camión del tío de un amigo. Habíamos salido de madrugada, a eso de las 3, de un lunes frío de abril, en un camión Bedford bastante arruinado, muy cargado y lento. Me dejó en una zona del puerto de Buenos Aires donde tenía que descargar. En esa zona, a esa hora de la madrugada, con la fresca, me encontré de pronto solo, casi perdido con mi bolso a cuestas. Comencé a caminar para donde creía que estaba Retiro. Luego de un rato, con la primera claridad matutina, llegué a la estación del tren Mitre, en la que me sentí a resguardo por las veces que había llegado a la ciudad en ese tren. Una vez adentro me senté en un banco junto al andén y allí me quedé un buen rato, acurrucado en mi campera de jean con corderito. Incluso creo que algo dormité. Cuando amaneció empezaron a llegar los trenes cargados de gente que iba a trabajar. Ya más tranquilo, tomé el bolso y comencé a caminar hacia el subte. En la ventanilla compré fichas y le pregunté a un señor que acababa de comprar la suya cómo tenía que hacer para llegar a la estación Bulnes. Cuando cruzamos la mirada y unas pocas palabras algo me estremeció hasta los huesos. Había algo extremadamente familiar en su mirada. Noté que el también se alteró. Apartó la mirada y se fue corriendo. Nunca miró hacia atrás.

Esto que ocurrió hace más de quince años, me quitó el sueño durante mucho tiempo. Me despertaba en la noche sintiendo que esa mirada me vigilaba constantemente.

Creí que el suceso había quedado en el olvido pero la semana pasada algo extraño hizo que volviera a recordarlo.

En la ventanilla del subte, un pibe con un bolso al hombro, me preguntó como hacer para ir a la estación Bulnes. Se lo estaba explicando cuando, al mirarlo a los ojos, noté que su cara se transformaba como si hubiese visto un fantasma. Su mirada me hizo revivir aquel terrible recuerdo. Ya se había hecho tarde, así que corrí hacia el tren que se estaba yendo.

Desde entonces regresaron las pesadillas. Ha vuelto a perseguirme la mirada de aquel señor al que le pregunté, hace más de quince años, cómo llegar a mi casa, un frío lunes del mes de abril.

21 de diciembre de 2006

Asalto y tiroteo

El martes pasado, a eso del mediodía, una amiga llegó de la calle visiblemente alterada. Había salido a hacer unos trámites y cuando volvía en un taxi, presenció un hecho de violencia cuando circulaba por el barrio de once.
Parece que unas personas saliendo de un negocio, según nos dijo podría ser una zapatería, empezaron a batirse a tiros con la policía que estaba apostada esperándolos. Desde el taxi vio como un policía caía herido y uno de los supuestos ladrones también. Desde su celular, llamó al número de emergencias para avisar del tiroteo y de los heridos. Al llegar a la oficina, nos detalló con lujos todo lo que habían visto. Luego cuando recuperó el aliento y todos volvimos al ritmo de trabajo habitual, cada uno (de esto nos enteramos después) abrió las páginas web de los principales diarios y agencias de noticias para ver la primicia reflejada, pero no tuvimos éxito. Supusimos que la gravedad no había sido tan grande como para merecer la difusión pública.
Yo me había quedado con la intriga, así que como a la tarde debía pasar por la zona, me propuse averiguar un poco.
Cuando pasé por donde ella había descrito, según mis cálculos, donde debía haber una zapatería, había un maxikiosco. Puedo estar equivocado, pensé. Había un lustrador de zapatos apostado a pocos metros, así que le pregunté por la cuestión. Me miró muy extrañado,
- acá no pasó nada así últimamente. ¿Quién le dijo eso?
- habrá sido en alguna otra cuadra? - dije.
- no, le aseguro que no. – me retrucó. – yo me entero de todo lo que pasa por acá. – completó.
Quedé pensativo, cuestionando la precisión del reporte de mi amiga, pero profundamente extrañado.
Me iba cabizbajo y meditabundo hacia la parada del 132, cuando el vendedor del puesto de flores de la esquina, que había escuchado la charla, me chistó disimuladamente y me indicó que me acercara. “lo que usted cuenta ocurrió acá, cuando estaba la zapatería, pero hace mucho tiempo. Justamente hoy hace 9 años de ese suceso que salió en todos los diarios” me dijo. “Yo tengo el puesto acá desde hace 15, así que lo recuerdo perfectamente”. Tratando de disimular mi estupor, y conteniendo la carcajada, me disculpé con la urgencia de la llegada del colectivo y me escapé de ahí.
Hoy, molesto por la curiosidad que me había despertado el tema, me puse a buscar en los archivos de los diarios. Grande fue mi sorpresa. (ver link)
Por supuesto, a mi amiga no le dije nada. Desde ahora voy a prestarle más atención, estoy convencido de que vale la pena.

27 de noviembre de 2006

Efemérides

Un 27 de noviembre…

En 1520 Fernando de Magallanes cruza por primera vez el estrecho que llevará su nombre, y avista el océano pacífico.

En 1830 se produce la aparición de la Virgen de la Medalla Milagrosa en París.

En 1871 en La Habana (Cuba), el ejército español fusiló a 8 estudiantes de la Universidad de La Habana, acusados de profanar la tumba del periodista español Gonzalo Castañón.

En 1895, Alfred Nobel dispone en su testamento que las rentas de su fortuna se distribuyan en los cinco premios que llevarán su nombre. Ese mismo día fallece Alejandro Dumas.

En 1922 el arqueólogo inglés Howard Carter descubre la tumba del faraón Tutankamón.

En 1985 el cometa Halley se acerca a la Tierra por segunda vez en el siglo XX.

En 1832, nace Lewis Carrol, en 1940 Bruce Lee, en 1942 Jimi Hendrix.

En 1969, nazco yo.

13 de noviembre de 2006

Enigma inmobiliario

Desde hace unas semanas, estamos recorriendo el barrio buscando casas. El mecanismo tradicional es más o menos el mismo en todas las inmobiliarias. Se concierta una cita y ésta se concreta en la puerta de la casa en cuestión, esté ésta habitada o no. Es muy poco probable que sin esa cita previa, se pueda acceder a una morada.
Cuando terminamos con las citas uno de esos días de búsqueda, seguimos recorriendo la zona tomando nota de los carteles. Una de estas casas, cerca de las vías, tenía las persianas bajas y parecía desocupada. Nos detuvimos enfrente para tratar de ver en detalle y anotar los teléfonos. En eso se abrió la puerta de la casa y se asomó un hombre de unos 45 años, de aspecto anticuado, con unos papeles en la mano. Nos vio y cómo podía llegar a ser un agente inmobiliario de guardia, le preguntamos por la casa. Nos comentó que estaba esperando a unos clientes que no habían venido a la cita. Ya estaba por irse pero se ofreció a mostrarnos la casa.
La casa antigua, típica construcción italiana de los años 50, tenía cuartos espaciosos. La cocina como eje central, un baño grande y los dormitorios. Se notaba que se habían hecho refacciones y ampliaciones sin demasiado diseño. Un cuarto de servicio al fondo, detrás del lavadero, una imponente puerta vidriada de doble hoja comunicaba el garaje con el living, un dormitorio con piso de parquet y otro con cerámicos como los de la cocina. Una de las cosas más sorprendentes fue uno de los placares del dormitorio principal. Tenía tres puertas, una de las cuales daba a un escritorio privado, siendo éste el único acceso al mismo. En una de sus paredes había empotrado un artilugio de vidrio ahumado, de unos 10cm de ancho y 30 de alto. Podría haber sido algún dispositivo de iluminación indirecta, pero no lo pudimos averiguar. El hombre que nos acompañaba no supo respondernos. Es más, nunca dijo nada a lo largo de la visita por la casa. Simplemente nos iba abriendo las puertas y las ventanas.
En una pared del comedor, había un espejo gigante que daba al lugar un aspecto más amplio. Cada vez que pasamos por la zona del espejo, el hombre nos hizo avanzar delante de él. De esto caí en la cuenta mucho después. Cuando terminamos la visita, habiendo tomado cuenta de los datos de la inmobiliaria, emprendimos la vuelta a casa.
Más tranquilos, durante la semana siguiente, llamamos a la inmobiliaria para averiguar más datos de la casa y organizar una nueva visita. Esta vez lo haríamos con un arquitecto amigo que evaluaría posibilidades de reformas. Nos sorprendió el modo en que nos respondieron. Pero accedieron a concedernos la nueva cita, que se agendó para el sábado siguiente. Camino a la casa, la mujer que nos acompañaría esta vez, nos contó que había pertenecido a un abogado, soltero, que agobiado por deudas se había arrojado a las vías que pasan frente a la casa. Sus sobrinos la habían puesto en venta luego de tantos años.
Grande fue nuestra sorpresa cuando al atravesar la puerta de entrada, que nos pareció más arruinada que cuándo la habíamos visto por primera vez, encontramos ruinas de la casa. Las paredes estaban destruidas y la maleza había invadido casi todos los espacios. Por lo tupido de la vegetación se hacía evidente que hacía muchos años que estaba en ese estado. Atónito, mientras el resto hablaba con la mujer de la inmobiliaria, volví a recorrer la casa, o mejor dicho, esa pequeña selva que se había desarrollado entre los escombros. Sólo quedaba en pie una pared del comedor, en la que aún había pedazo de aquel gran espejo. Cuando lo miré, vi en él, el reflejo del hombre con los papeles en la mano que nos había mostrado la casa la semana anterior.

1 de noviembre de 2006

Bochornosa derrota

Tiempo atrás, en las primeras épocas de estudiante en Buenos Aires, volvía en micro hacia Arrecifes, mi ciudad natal, para pasar el fin de semana con mi familia. Casi siempre llevaba, y esta vez no era una excepción, un viejo “walkman” (ahora seria un MP3, ipod, o algo por el estilo) en parte para escuchar algo de música, en parte para intimidar a compañeros de asiento, posibles charlatanes de todo el viaje. Como siempre que podía elegir, opté por un asiento del lado de la ventanilla. Esta vez junto a mí se sentó una señora mayor, que de entrada trató de comenzar una conversación.
- ¿Hace frío, no?
- Estamos en época.
- ¿Lloverá el fin de semana?
- No se.
Frases por el estilo se escucharon al iniciar el viaje. Para evitar la charla, hice evidente los auriculares. Pero la compañera era implacable:
- ¡Cuánto tráfico!
- Ahá…
Mis defensas seguían funcionando. Así durante gran parte del viaje. Cierta especie de orgullo crecía en mí. Estaba logrando mi objetivo frente a un contrincante de temer.
Hasta que en un momento, la señora me pregunta:
- ¿Por dónde vamos? Porque está todo tan cambiado, que no reconozco nada…
Ahí me enterneció. Con esa frase, inutilizó todas mis defensas. En un instante pasaron por mi cabeza cientos de pensamientos: “pobre, ¿cuánto hará que no va a ver a su familia? Tal vez no podía viajar… todo tan cambiado… capaz que va a algún velorio, está vestida con colores muy serios… pobre mujer… que desalmado que fui, cortándole cada intento de entablar una charla…” me sentía la peor persona del planeta. Con semejante sentimiento de culpa, las defensas totalmente bajas, sucumbiendo, le contesté casi como aceptando incluso, la invitación a la charla:
- Vamos por Sarmiento. ¿Hacia dónde viaja? –pregunté
- Voy a Pergamino –me respondió, y ante mi estupor, la remató diciendo:
- Siempre viajo del otro lado del micro, pero hoy no conseguí asiento. Así que esta banquina no la conozco.
Cerca estuve de largar la carcajada, pero me contuve. La derrota había sido pavorosa. Estoicamente tuve que sucumbir a la charla, nada me salvaría de la situación.
Igualmente, debo reconocer que más allá de la cuestión de las banquinas, la charla en lo que restaba del viaje fue bastante amena, hasta terminamos con algún primo lejano en común.
Desde entonces cuando viajo trato de elegir el asiento del pasillo.

22 de septiembre de 2006

Desencuentros

Ella tomó el tren de las 18.26. Iba a visitar a su amiga Nadia. Nunca tomaba este tren. Se sentía misteriosamente extranjera. Parecía mentira que con un anden de por medio, y un destino dispar, las cosas fueran tan distintas. Porque a esta altura, después de tantos años, había cierta familiaridad con el ramal que tomaba diariamente. Había muchos pasajeros que siempre cruzaba. Era esa extraña familiaridad que a su vez impide cualquier contacto, a menos que algún hecho fortuito lo haga inevitable.
Pero ahora no. Todo era extraño. Las caras, los vendedores ambulantes, los guardas, las estaciones, los músicos que pedían plata a cambio de mitigar el traqueteo.
Logró sentarse luego de la primera parada. Y ahí fue que lo descubrió. Él la miró. No era una mirada pesada, ni molesta. Ni siquiera incómoda. Sus ojos se encontraron. Una y otra vez. Era como un descanso mutuo. No les costaba mantener esa mirada. Es más, no podían dejar de mirarse. Pasaron de un par de miradas fugaces, intrigadas y vergonzosas al principio, a una mirada profunda, comunicativa, definitiva.
Los vendedores, los demás pasajeros, los guardas, las estaciones, todo pasó a un segundo plano. Solo subyacía ese mínimo de atención necesaria para saber cuándo uno ha de bajarse. Y de pronto sucedió. Ella tuvo que bajar. Su amiga Nadia la estaba esperando. Se siguieron mirando aún cuando el tren se movió. Ella desde el andén y él desde adentro. Ella tenía la seguridad que lo iba a volver a encontrar, era el tren de las 18.26, no cabía ninguna duda.
Al día siguiente, a pesar de no tener que ir a ver a Nadia, ella volvió a tomar el tren de las 18.26, subió al mismo vagón. Se sentó en el mismo asiento pero esta vez, desde la salida. Y empezó a buscarlo. No estaba. Igual, faltaban un par de minutos para que el tren saliera. Ya subiría. El tren arrancó. El no estaba. Ella comenzó a ponerse nerviosa. Esperó una estación. Y comenzó a caminar por el tren. En un sentido, y en el otro. Lo recorrió de punta a punta. Pero no. Él no estaba. Se ve que había perdido el tren. Un extraño sentimiento de desencanto la inundó. ¿Cómo no se esforzó por tomarse el mismo tren? ¿Acaso no era obvio que se tenían que volver a encontrar ahí? ¿Cómo podía ser? Pero no estaba. Ella de a poco fue tranquilizándose. Una estación después de la que correspondía a la casa de Nadia, se bajó, cruzó al otro andén y se volvió. Mañana iba a volver a intentar. Durante la vuelta, que le pareció eterna, ella ideó distintas estrategias para el día siguiente. Iba a ir más temprano, como para esperar el tren. Se iba a parar al comienzo del andén. Lo iba a tener que ver. El tenía que pasar por ahí. Se iba a vestir igual que el día que sus miradas se encontraron. Tenían que volver a encontrarse. Era obvio. Y así hizo. El día siguiente, y el otro, y toda la otra semana. Se tomaba igualmente el tren, por si el subía en la primera estación ya que lo había descubierto luego de esa parada. Pero no. No lo encontraba.
De a poco, esa sensación de extranjería que tuvo al principio en ese ramal, fue amainando. De a poco, cuando resignada bajaba la guardia, comenzó a disfrutar de los músicos, a repudiar a los vendedores, a familiarizarse con los guardas. Luego de un mes, seguía con la esperanza de volver a verlo. De volver a descansar en esa mirada. De volver a soñar. Encontró una excusa cualquiera para visitar más seguido a Nadia, porque se le hacia muy tarde, a veces tenía hambre y sueño. Perdió esa costumbre de leer en el tren, que tanto la reconfortaba. Algunos comenzaban a mirarla con desconfianza. Luego de varios meses, canceló su contrato de alquiler, y se mudó a lo de Nadia. Cualquier excusa le sirvió. Empezó a tener problemas en el trabajo, porque cada tanto salia temprano. Su obsesión comenzó a abarcar las mañanas también. Pero nada. Nada de nada. Esos ojos, que cada vez se desdibujaban más, no aparecían. Y no aparecieron.
Él, se bajó en la estación siguiente a la que se había bajado ella aquella vez. Iba a lo de su primo. Era la última vez que lo iba a ver ahí. Le habían asignado un destino en la patagonia, que tanto anhelaba. Él se lamentó que ella se hubiese bajado. No se había animado a bajarse. No puedo enamorarme todos los días, dijo. Y ese tren no lo tomó más.

14 de septiembre de 2006

Transportadores

Siempre me pregunté acerca del extraño comportamiento de ciertas personas, preocupadas en el conservacionismo extremo. Estos casos abarcan:
- Taxistas que prácticamente plastifican los asientos cubriéndolos de fundas, que hacen que uno se siente y ande patinándose ante cada curva, acelerada, o frenada. Todo eso en pos de conservar tal como sale de fábrica.
- Madres o Abuelas, que ponen patines en los pisos, para evitar que se pisen; o que guardan los cubiertos de plata en su caja original y no los permiten usar ni siquiera ante un festejo supremo, en pos de que no se pierdan o arruinen. Así cuando les queden en herencia a sus hijos o nietos, los tengan tal cual ellas.
- Señores que lustran y enceran hasta el hartazgo a sus automóviles, no sacándolos los dias de lluvia, o los de mucho sol, o los muy ventosos, en pos de que no se rayen, abollen, ensucien. Asi cuando se vende, esta tal cual.
- Estudiantes aplicados, que forran los libros en papel araña, y llegan al extremo de sacar fotocopias de los propios libros, para no arruinarlos. Esperando que pueda sacarles provecho su progenie.
- Personas en general, que conservan una joya, alhaja, “la cadenita del bautismo” que nunca usaron, ni usarán, ni empeñarán, ni nada, so pretexto de guardarla como recuerdo, pero eso sí, bien guardadas. Capaz que hasta en la caja de seguridad de un banco.
Y así podríamos seguir con la lista. Pero la cuestión que me motiva en este momento, es ¿qué los mueve a actuar así? ¿Será que el instinto de conservación aggiornado por la civilización, encontró formas alternativas de manifestarse?
¿Será que acaso no somos más que simplemente eso: un mero instrumento de conservación?

5 de septiembre de 2006

Teorías

Lista recopilada entre las 8:45 y las 9:03 del lunes.
10:12:44
09:59:15
14:31:58
03:45:00

Y la lista puede seguir. Son las horas que marcan los relojes dispuestos en carteles de publicidad a lo largo de la avenida de Puerto Madero. Como con las cucharitas, me resisto a creer que la razón sea extremadamente simple, como que nadie los pone en hora. Algunas de las teorías que se me ocurren, en asociación libre, y sus respectivas refutaciones, son:
- Recurso publicitario. Improcedente. Al tener el entretenimiento de la hora, los transeúntes nos concentramos en los relojes, incluso, tratando de adivinar la hora que tendrá el de la siguiente cuadra. La publicidad pasa desapercibida.
- Extraño suceso espacio-temporal. Pretensiosa. Nada hace indicar que el tiempo varíe a lo largo de la avenida, ya que el sol brilla a la vez en todos, y las sombras apuntan para el mismo lado.
- Último recurso de los empleados de la zona que llegan tarde para mostrarle a través de la ventana a sus jefes la hora que indica el reloj de la cuadra. Impracticable. Aunque más no sea, habría que acercarse al reloj para lograr cambiar la hora. Y como argumento es extremadamente débil para justificar la llegada tardía. Es prerible reventar la goma del colectivo en que venimos, o matar al perro del vecino que tanto lo quería y está deprimido.
- Jugarreta de un gracioso. Exagerada. Si la idea es desorientar, lo mejor sería que todos digan una hora similar, para resultar creíble.
- El encargado de ponerlos en hora trabaja en un hotel y pone en cada reloj la hora de un lugar particular del mundo. Inexacta. Los husos horarios difieren como mínimo en 1 hora. No es posible que haya tal diferencia de minutos.
- Algún rebuscado, que quiere que la gente elucubre teorías extravagantes acerca de las razones para poner tal o cual hora. Altamente probable. Conmigo surtió efecto.

Cucharitas


Desde hace un tiempo, estoy convencido que algo especial sucede con las cucharitas de café. Primeramente, como hemos contado previamente, me llamó la atención la continua desaparición de las mismas, en la cocinita que hay en la oficina donde trabajo. Luego, caí en la cuenta que en el comedor, también hay problemas con las cucharitas. Es más, ya no las ponen más. Las únicas cucharas que hay, son soperas. Incluso para comer un helado, una ensalada de frutas o una gelatina. (Un párrafo aparte merecería aquí este acontecimiento, sin dudas exasperante, que pone a prueba la paciencia y cordura de los comensales, quienes buscan la forma de llegar al fondo de una copa de postre –generalmente cónica- con una cuchara sopera).
Luego comencé a preguntar a mis conocidos y, de a uno, fuimos cayendo en la cuenta y prestando atención a este extraño fenómeno de desaparición de cucharas. Cada uno contó en su casa, y descubrió que en cada juego de cubiertos, había siempre menos cucharitas de café, que del resto de los cubiertos. Llegué a hurgar en las famosas cajas de cubiertos “del casamiento” de mis abuelos incluso, y allí también tenía lugar el prodigio.
Yo no sé que puede pasar, se me ocurren varias teorías escabrosas, que van desde un complot de fabricantes de cubiertos, hasta la tarea de hormigas de un coleccionista. Todas perfectamente refutables, con argumentos apabullantes, como que al fabricante cualquier cubierto le vendría bien, o que a un coleccionista, más de una de un objeto de la misma clase no le importa demasiado. Que las roben de algún bar, o restaurante tampoco me parece muy verosímil, ya que si así fuera, en algún bar sobrarían, y no. Por lo visto faltan en todos lados. Llegué a pensar que serían los ilusionistas, tipo Tu-Sam que las doblaban para deleite de las plateas, pero lo descarté por demasiado pretensiosa.
Los comerciantes de las máquinas expendedoras automáticas de infusiones algo sospechan, porque sino, no hubiesen desarrollado esos horribles palillos plásticos para revolver café, que si está muy caliente, terminan doblados y derretidos.Todo esto que cuento, me ha forzado a tomar partido en el asunto. Ya hace dos meses que no revuelvo ninguna infusión. He optado por tomar el café amargo, no escurro el saquito de té o mate cocido, ni revuelvo el chocolate para quitar la molesta nata. Si señores, he dejado de ser un usuario de cucharitas de café. No voy a seguir alimentándolos, quienesquiera que sean. He dicho.

31 de agosto de 2006

Buena suerte

Promediando la noche deanoche me levante, por la necesidad imperiosa de ir al baño. Como tenía un pie con una venda, poruna torcedura de tobillo reciente, iba a los saltitos sin prender la luz, tratando de no hacer ruidos. A pocos pasos dela puerta del baño, siento que con el pie que daba los saltos, piso algo de consistencia dudosa. Recordé quela Puky había quedado adentro. Maldije en silencio a la perra, y como pude, tratando deno ensuciar demasiado, seguí haciendo equilibrio hasta el baño. Pensé “es augurio de buenasuerte, según dicen. Esperemos que cambie esta racha”. Pobre iluso. El correr del día me demostraría cuan equivocado estaba.
Por la mañana, me desperté con una sensación extraña. Miro eldespertador, 6.12 am decía. La luz que entraba por la ventana lo desmentía. Busqué unasegunda opinión, eran las 9.20. Evidentemente el despertador se había parado. Salté hacia el baño, abrí laducha. Luego del tiempo prudencial que amerita la espera del agua caliente, tanteé el agua y seguía fría. Supuse, acertadamente, que el calefón se había apagado. Bajé y lo encendí. La lista seguía poblándose de sucesos desafortunados.
Fui a la estación. Como era depreverse, el tren acababa de irse, había que esperar 20 minutos más. Por suerte, tanto nollovía y la temperatura había subido.
En la Terminal debía transbordar al subterráneo. Tenía que comprar una nueva tarjeta. Obviamente, había cola. Hasta me aburro de escribir todos los acontecimientos...
Finalmente, llegue al trabajo, casi doshoras tarde. Por supuesto, tenía una reunión a la que llegué tarde. Luego detres intentos fallidos, bloqueé mi usuario del sistema. Fui a la maquina de café, pedí uncafé con leche. Por lo que quedó en el vaso, era de suponer que se había acabado la leche. Ahí lodejé. Tuve la deferencia de pegar un cartelito que prevenía de la situación. Deferencia que notuvo mi predecesor en el intento. Hice un mate cocido, y me senté enel escritorio arevisar papeles. Un compañero pasó demasiado cerca, pateó el escritorio y el matese derramó sobre el teclado. Desdeentonces la barra espaciadora no anda del todobien (lohabránpodidonotar,aestaalturadelrelato).
Decidido a compartir los hechos fortuitos que me acompañaban ese día, comencé a escribir esta historia. Cuando estaba llegando al final de laprimera versión, la PC se colgó, y perdí lo quehabia escrito. Volví a escribirlo. La versión nofue tan buena como laque se había perdido. No obstante, quise subirla al blog. Esta vez, falló la página y tuve que volver a empezar por tercera vez. La tercera versión, que espero sea la definitiva, es aún peor quela segunda. Llego a tener algún otro inconveniente, la dejo como quede. Espero poder termi

15 de agosto de 2006

Reíte de Funes…

A veces me pregunto porqué la memoria registra y tiene muy presente cosas totalmente inútiles o viejas, y no retiene cosas más necesarias o los sucedáneos recientes. Me sorprendo habitualmente recordando, por ejemplo:
- El número de teléfono de los padres de mi amigo Marcelo, de Villa Ballester. Nunca llamé a ese número.
- La password del usuario administrador de varios equipos que utilizaba en un trabajo que tuve hace mas de 8 años.
- El código postal de La Plata.
- Que un ministro llamado Manrique fue quien instauró la cuestión de la movilidad de los feriados para fomento del turismo.
- La letra de algunos tangos que probablemente se escuchaban en la radio en casa, cuando yo era chico y que nunca más escuché.
- El número de la patente de un auto que tuvo mi familia, allá por el año 81.
- El lunar que tiene en la cara el tipo que manejabe el auto que quedo junto al mío esta mañana en el semáforo de Lugones y Sarmiento.
- Casi literalmente, una composición bastante mala que hice en 5to año de la secundaria.
- La regla mnemotécnica “oso chiquito pico de pato” para las sales.
- Que en el último viaje a chile, volví en el asiento 7C.
- La serie “240 Roberts”
- El agujerito donde dejo el cepillo de dientes cada mañana, a pesar de que todos los días lo dejo en uno diferente, sin un orden consciente.

Sin embargo, hay cosas que nunca pude acordarme, o que no puedo retener, como:
- En que año fueron las guerras mundiales.
- Dónde estaciono el auto cuando voy al supermercado.
- La clave para consultar las cuentas del banco por internet.
- En inglés, la 3rd column de “begin”
- Comprar pilas para el control remoto de la TV, aunque reniegue todos los días porque tengo que pararme a cambiar de canal.
- El código postal de mi domicilio actual.
- El preámbulo (y eso que intentaron hacermelo repetir innumerables veces!)
- El número de mi cédula de Policía Federal.
- Si la transacción para las cuentas corrientes de clientes es la FBL1N o la FBL5N.
- Una cosa sin sentido que me acordaba esta mañana, que inspiró este post, y que ahora no puedo recordar.

La imagen: Salvador Dalí. Persistencia de la memoria.

10 de agosto de 2006

Café recién hecho


En la cocinita que hay en la oficina, pasa algo raro.
Uno entra, acciona la llave de la luz y nada sucede inmediatamente. Un poco tanteando y otro poco adivinando o recordando, uno se sirve café, agua caliente o simplemente un vaso de agua fresca. Al rato, probablemente cuando uno ya se retiró, se enciende la lamparita.
Yo creo que por alguna razón el tiempo pasa más lento ahí. El otro día cuando fui por un vaso de agua, la luz ya estaba encendida y estuve charlando un rato con una compañera que estaba allí. Más tarde fui a su escritorio para preguntarle algo y no la encontré. Es más, averigüé y resulta que estaba de vacaciones desde hacía una semana.
Uno de estos dias, cuando nadie me vea, me voy a dormir una siesta ahí dentro. Capaz que cuando salga, solo habrán pasado un par de minutos.
Disculpen que corte acá, pero huelo a café recién hecho. Debe ser el que pusieron esta mañana. Y no me puedo resistir al café recién hecho...

2 de agosto de 2006

Paradoja

¿Por qué se agota tan fácilmente la capacidad de resistencia de una cultura rebelde a los mandatos del mercado, por qué nuestros escritores y artistas pierden cada vez más terreno ante esos grandes almaceneros ignorantes que son los gerentes de las multieditoriales de nuestro tiempo?


Ivonne Bordelois, El país que nos habla, Buenos Aires,
Editorial Sudamericana, 2005, p.103

Premio Ensayo LA NACION-Sudamericana 2005

31 de julio de 2006

Sábado 29

La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir.
Gabriel García Márquez


Esta mañana cuando me puse el reloj después de afeitarme, marcaba las 9:12 hs. del día 29. Me sorprendí, porque pensaba que era más tarde. Era sábado, le puse comida al gato y con tranquilidad empecé a hacer algunas tareas domésticas que tenía pendientes: cambiar algunas lamparitas, limpiar la parrilla del asado de ayer, juntar del tender las camisas que había lavado, y otras cosas por el estilo.
Como dos horas más tarde, muerto de sueño, miro el reloj y para mi gran sorpresa, marcaba las 6:45 del día 29. Dije, “Uy, se rompió”. Bostezando a más no poder, descubrí las camisas que acababa de juntar, totalmente mojadas. Prendo la luz, porque todo estaba más oscuro, pero la lámpara que acababa de cambiar, estaba quemada. Me acerco a la parrilla, y veo que había algunas brasas encendidas. El gato maullaba de hambre y su tazón estaba vacío. De golpe se encendió la luz de afuera, que se maneja con una fotocélula. Estaba realmente cada vez más oscuro todo. Muerto de sueño, la tentación de acostarme era cada vez más grande, pero algo me lo impedía. Volví a mirar el reloj, ahora decía 5:30 del día 29. Me toqué la cara, y tenía la barba crecida. Ya seguro de lo que estaba pasando, me acerqué a la ventana donde a eso de las 5 siempre se posa una paloma que me molesta con su arrullo. Si llegaba a aparecer, alguna medida iba a tener que tomar. Al rato, como era previsible, apareció y empezó con su molesto arrullo. Volví a mirar el reloj. Marcaba las 5:00, del día 29.
Entonces bajé, tomé un martillo, me saqué el reloj y lo hice pedazos.
La paloma se voló. El gato estaba comiendo de su tazón lleno. De a poco comenzaba a clarear. Las camisas se habían secado y las brasas estaban todas reducidas a cenizas.
Hacía rato que no veía amanecer. Me preparé unos mates, y me puse a mirar el horizonte. Siempre me gustaron los amaneceres. Pero soy muy perezoso. Por suerte hoy 29, se me rompió el reloj justo a tiempo para poder disfrutarlo.
Lo único que me molestó era que me tenía que volver a afeitar.

21 de julio de 2006

Buscando una salida

Puertas, pasillos y más puertas.





Fotos tomadas por mi en ruinas Jesuíticas en Ascochinga, Córdoba
Click para ampliarlas

19 de julio de 2006

Niebla en Buenos Aires *

Siempre he sentido que hay algo en Buenos Aires que me gusta.
Me gusta tanto que no me gusta que le guste a otras personas.
Es un amor así, celoso.
Jorge Luis Borges

Buenos Aires monarca en desventura
de un plata opaco, sucio y devaluado,
tu gente va en camino taciturna
a su eterno cadalso rutinario.

Amalgama de vidas sin sentido
esperando un escape saludable.
Anhelando un pasado idealizado,
augurando un futuro impracticable.

La constante eficiencia reclamante
adormece con ritmo monocorde
al espíritu pujante que ya fue.

Esta humedad que aplaca los sentidos
hiriendo penetrante hasta los huesos,
disimula las lágrimas que caen.

(*) Soneto desestructurado

7 de julio de 2006

Vuelta por el universo


Salió apurado y agarró la última moneda de un peso que quedaba en la cajita verde de lata. La cajita quedó vacía. Alcanzó a subir al interno 314 de la línea 59 que lo llevaba hasta la estación. “80 por favor” dijo, y depositó la moneda en la ranura de la máquina expendedora. Terminada la última vuelta del interno 314, el chofer fue a buscar la llave de la alcancía, y retiró la recaudación. Estaba contento, porque ese día le iban a pagar la quincena. Sabía que otra vez iba a recibir cientos de monedas, pero no le importaba. Las podía cambiar en el supermercado chino de la esquina de la terminal. Después de eso, iba a volver a su casa a ver al nene, que ya estaba de vacaciones. Agarró algunas monedas, para lo que necesitaba en la semana, y apartó una para dársela, como siempre. El nene la puso en una alcancía que le había regalado su abuela.
Luego de ocho años, el nene ya grande, rompió la alcancía y uso la moneda para pagar un paquete de cigarrillos en un kiosco de retiro.
El kiosquero cuando cerró, sacó el auto del estacionamiento, y como el flaco que cuidaba le había limpiado los vidrios, le dio la moneda.
El flaco de la cochera a las 2 de la mañana, cuando se fue el último auto, cerró y se guardó las propinas en el bolsillo de la campera. Se subió al 106, durmió todo el trayecto hasta Liniers. Cuando se bajó, una hora y media más tarde, pasó por San Cayetano a ver la cola de gente. Faltaba poco para el 7 y ya había un montón. Una nena se le acercó y le pidió una moneda. Se la dio. La nena siguió vagando entre la gente de la larga fila, pidiendo monedas. Pero nadie más le dio nada. Volvió con su mamá que estaba a un par de cuadras de la entrada, y le dio la moneda.
Luego de esperar mucho, la mamá esperanzada en busca de trabajo, dejó la moneda en una de las alcancías de la entrada del templo.

Cuando se fueron los devotos, las cámaras de TV, las radios, los que limpiaban, y los otros curas que ayudaban, el párroco recorrió las alcancías empotradas en la entrada del templo (no delegaba esta tarea). Sacó las pocas monedas que había. Le venían bien, porque al día siguiente viajaba y tenía muchos peajes a pagar. Sacó el auto temprano y tomó la autopista del oeste, en el primer peaje, pagó con la moneda.
En la cabina de peaje, el calor y la humedad eran insoportables. Ya faltaba una hora para el cambio de turno. La piba recordó que su mamá le había pedido que consiguiera monedas, agarró esa y otras nueve y dejó el billete de diez pesos de su madre. Al llegar a su casa, dejó la moneda junto con las otras, en la misma cajita verde de lata.

6 de julio de 2006

Evolución Felina

Sólo para presentarlo a Felipe...


Con apenas un par de meses, descubriendo el hábitat.











Ya mas crecido, con una de sus diversiones predilectas: Las bolsas.










Y por último, reclamando un lugar en el parque de juegos de Catalina.











click sobre las imagenes para agrandar.

30 de junio de 2006

Simetría


Esta mañana mientras me afeitaba algo raro pasó. No se muy bien porqué pero a partir de un momento, todo empezó a parecerme al revés. Sospecho que mi estado consciente se pasó para el otro lado del espejo. Me siento atrapado, pero no estoy muy seguro, porque según estuve pensando, si todo es perfectamente simétrico, no habría forma de diferenciar si uno esta de un lado o del otro. Si alguno puede leer este post, significa que estoy equivocado. O bien, que está como yo, de este lado del espejo.


La imagen:
Salvador Dalí
Gala Desnuda Mirando un espejo invisible

27 de junio de 2006

Paranoia

Hace un par de años en ocasión de mi cumpleaños, tuve que viajar desde Buenos Aires hacia La Plata. Iba solo. Temprano salí de casa, y pronto estaba en la autopista. Nadie me había saludado por mi cumpleaños todavía. Apenas había amanecido y me detuve a cargar nafta. “Súper, lleno, por favor”, le dije al playero y le pagué con tarjeta. “Feliz cumpleaños, que tenga buen día” me dijo cuando me devolvió la tarjeta. Primero me alegré. Pensé que sería un viejo conocido, o algo así, pero enseguida caí en la cuenta que en el ticket aparecia la leyenda “Feliz cumpleaños”. Ahí me avivé: “ellos tienen mi fecha de nacimiento, es fácil saber que hoy es mi cumpleaños” me dije.
Y empecé a pensar en otras cosas. También pueden ubicarme geográficamente con bastante precisión, bien por mi celular, o bien por el rastreador satelital que le ponen las compañías de seguro a los autos. “Habrá que usar los medios de transporte” pensé. Y recordé que me había asociado al subtepass (para evitar las colas), pero que lo habia dejado de usar porque les había facilitado la información de a que hora y en que estación tomaba el subte para ir, y a que hora y en que estación, para volver.
Cancelé la ida a la plata, tiré el celular, dejé estacionado el auto y seguí a pie.
No conforme, decidí ir de compras. Había mucha gente en el super, era lógico. Hice la compra por internet en un supermercado virtual (que poco feliz el término “virtual” para definir estas cosas, no?). Cuando finalizaba la compra, al momento de pagar me apareció un cartel que avisaba “Usted suele comprar ‘cerealitas’ no se olvidó de sumarlas a su carrito de compras?” Y tenían razón!! Me había olvidado. Pucha, dije, también saben lo que compro! Y me lo recuerdan si me olvido! Por supuesto, cancelé el pedido.
Tanta bronca me dio hambre. Opté por llamar y pedir empanadas. Disque 0-800-HUMITA y me atendió amablemente una señorita que luego de tomar nota de mi pedido, dijo “se lo enviamos enseguida”. Le dije, “todavía no te dije la dirección”. A lo que, casi humillándome, retrucó “ya lo tenemos registrado, Ud vive en calle tal, numero tal, etc..:” Otra vez, sorprendido, deduje que tendrían un identificador de llamadas, conectado a una PC con la base de datos de los clientes que alguna vez habría hecho algún pedido. “Sabés qué, no me mandes nada” le dije, a punto de largarle un improperio. Pero me contuve a tiempo.
Mejor me voy hasta el videoclub y me alquilo algo, así me relajo. Elegí “un dia de furia”. En la caja, el flaco que me atendió, me dijo “Acá dice que ésta ya la llevaste el mes pasado, no te acordás?” A punto de arrojarle la película por la cabeza, abandoné corriendo el local (habiendo dejado por supuesto la película).
Agitado llegué nuevamente a casa. Justo a tiempo para atender el teléfono que estaba sonando. “Hola señor NN, lo llamamos de la compañía de teléfonos ya que es su cumpleaños, como oferta especial, para ofrecerle un plan acorde al tipo de llamadas que usted hace”. “¿cómo es eso?” inquirí. “Claro, según nuestros registros, usted llama frecuentemente a la localidad de Arrecifes, por las noches, y a La Plata, por las tardes....” casi con taquicardia, colgué el auricular y arranque el cable de la pared, antes de seguir escuchando más datos sobre mis hábitos telefónicos.
Profundamente deprimido, con hambre, cansado, con sueño, con la heladera vacía, sin teléfono, sin película, y sólo, en el día de mi cumpleaños, habiendo recibido solamente saludos de ellos, me fui a dormir.
Definitivamente, no era un buen día para cumplir años.

PD: seguramente, podrán rastrear desde donde publiqué este post.

29 de mayo de 2006

Ecologia Selectiva

Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda.
Martin Luther King (1929-1968)

¿Tan grande es nuestra soberbia como raza, que nos alzamos en defensores de unas especies y verdugos de otras? ¿Qué tiene el Oso Panda, además de su simpatía y de que es estéticamente “lindo”, que lo hace defendible?
Me pregunto si existen suficientes argumentos para defender a:
- Osos pandas
- Ballenas francas australes, o blancas
- Belugas nórdicas
- Pingüinos empetrolados
- Mapaches
- Rinocerontes
- Gorilas en la niebla
- Nutrias sin depilar
- Zorros
- Tigres blancos de bengala

Asimismo me pregunto, si estos argumentos no son perfectamente aplicables a:
- Pulgas
- Garrapatas
- Cucarachas
- Virus ebola
- Ratas
- Cotorras que se comen cultivos
- Polillas
- Moscas
- Mosquitos
- Piojos y Liendres
- Virus y bacterias que provocan resfríos

Hace poco, fui a pasear por el Noroeste Argentino, específicamente la Quebrada de Humahuaca. Lugar identificado casi exclusivamente por los graciosos cardones gigantes. Observé con cierto asombro, que muchos de estos simpáticos cardones estaban afectados por algún tipo de gusano. Preguntando un poco (no soy investigador, ni experto ni nada que se le parezca) me dieron una explicación más o menos así (disculpen pero no recuerdo los detalles):
“Hay un cierto bicho, que ataca un cultivo muy difundido en la zona. Este bicho es considerado plaga, entonces se lo fumiga. Y se ha fumigado tanto que está prácticamente extinguido para beneplácito de los chacareros de la zona. Pasa que este bicho cuasi extinguido, además de los cultivos, se come también a un gusano que es el que ataca los cardones. Sin este bicho, los gusanos están fuera de control, así que están atacando a los cardones. Es probable que terminen haciéndolos desaparecer”


¿DESAPARECER? Pregunté yo. “Si”, me respondieron. “Desaparecer. Cuando se altera el equilibrio en un ambiente, sea agregando una especie o eliminando otra, puede pasar cualquier cosa”, me aclararon. Y quedé atónito. Tal vez estemos participando en un largo velatorio de los queridos cardones. Y todo esto, por la “ecología selectiva”. Que lo parió.


26 de mayo de 2006

El ocaso de la ilusión

“Cuando me examino a mi mismo y a mi método de pensamiento,
llego a la conclusión de que el don de la fantasía ha significado más para mí
que mi talento para absorber el conocimiento positivo”
Albert Einstein (1879-1955)



Recuerdo con cierta nostalgia (vamos, que no soy tan grande) la época en que nos permitíamos soñar un poco y dejarnos sorprender.

¿Dónde ha quedado nuestra capacidad de ilusión? ¿Me parece a mí, o estamos en una época de desmitificadores (reite de los “refutadotes de leyendas” del querido Negro Dolina) que se vanaglorian tras la justificación absoluta de todo lo que pasa?

Últimamente, hablando del 7mo arte por tomar un ejemplo, es casi más importante el “backstage” que la película en si misma. En una especie de carrera de ingenio, se incita a los espectadores a cuestiones tales como “descubra los 143 errores que hay en GLADIADOR”, o bien “disfrute viendo como se hizo la maqueta en escala 200:1 del Titanic”, o “encuentre tal o cual extra que aparece 5 veces haciendo distintos papeles”. No se al resto de los mortales, pero desde la proliferación de estos “detrás de escena”, yo he modificado mi conducta como espectador, muy a mi pesar!! Me descubro frente a la pantalla, tratando de encontrar y desenmascarar algún efecto o bien a criticar el rol del papel del cocinero, que se nota que en su vida (pobre actor) tuvo una sartén por el mango. Pucha! Si uno al cine/teatro va a ver una ficción, ¿o no era así? ¿No es mejor, poder dejarse llevar por la historia que el autor, guionista, director, actores tratan de hacernos creer? ¿No es preferible permitirse soñar? Ya casi me siento como el amigo de un amigo mío, que llegó el día en que arrojó el ‘patoruzito’ que estaba leyendo, al grito de “naaaa, ma’de la mitá e’ mentira”.


Otro ámbito de desmitificación permanente, sucede en Navidad. Solemos ver a unos pobres niños, que van a llevar su humilde carta pidiendo su regalito, al shopping de moda, o la verdulería de la vuelta, donde tras una larga cola, se enfrenta a un pobre señor gordo que, abrigado cual si estuviese realmente en el polo norte, a 32°C transpirando como en un sauna. Este pobre señor, harto ya de tantos niños, les baja de un gomerazo la imagen idílica, soñadora, esperanzada de un Papá Noel etéreo, que todo lo ve y emite su juicio acerca del comportamiento anual de la tierna criatura, con una recompensa en forma de regalo.

Realmente me pregunto si somos conscientes de todo lo contraproducente que resulta atender a este absolutismo realista (¿o realismo absolutista?). En la medida que profundicemos en este aspecto, estaremos cada vez más aplanados, homogeneizados, adoctrinados...

Creo que me gustaba más como era antes. ¿Será un signo de vejez? ¿Otro más?
La pucha!

“Lo más bonito que podemos experimentar es el misterio.
Es la fuente de toda arte verdadera y de toda ciencia.
Aquél a quien sea extraña esta emoción,
aquel que no pueda detenerse a maravillarse
y permanecer absorto de asombro,
es tan bueno como un muerto: sus ojos están cerrados”
Albert Einstein

28 de abril de 2006